Ambición. Qué palabra tan mal entendida y qué significado tan saboteado a lo largo de la historia de la humanidad. ¿Qué sientes cuando la escuchas? ¿Te consideras una persona ambiciosa? ¿Prefieres huir sutilmente en el “no puedo”, “no tengo” o “me falta”?
La impotencia y la omnipotencia son dos polos que, a nivel social, seguimos buscando equilibrar. Y toda la carga que le hemos colocado a la palabra ambición es evidencia del camino que nos queda por recorrer.
O bien la celebramos y enaltecemos, porque nos permite lograr “lo que sea”, o bien la juzgamos de “bárbara” porque nos permite lograr “lo que sea”. El punto de quiebre está en ese “lo que sea”.
La ambición per se no es ni dios ni demonio. Es, simplemente, otro concepto (en realidad, virtud) masculino que está, en la actualidad, muy pobremente entendido y menos incorporado, en general. Todo esto lo desarrollé en la clase maestra “Dinero, sexualidad y amor”.
Todos tenemos una historia personal con el dinero, pues estamos en un mundo en el que, en gran parte, se vale de distintas monedas para generar intercambios de valores.
El dinero estuvo aquí antes que tú. Existe en este momento y posiblemente siga estando en los años siguientes. Es una energía con la que convives en el cotidiano. Ahora bien, la forma en la que lo utilizas, te relacionas y coexistes con esta energía es única y personal. Esa es tu historia personal con el dinero.
Esta, en parte, se compone de las creencias familiares o sociales que heredaste y lo que te ocurrió con relación a este bien. Sin embargo, esta historia es esencialmente tuya y es por eso que tienes el derecho, el poder e, incluso, el deber de cambiarla en el momento en que tú lo elijas.
¿Cuál es uno de los errores más comunes con respecto a esto? Pues es confundir riqueza con dinero. Hace un año compartí con un grupo de mujeres y hombres que se juntaron en una clase maestra que desarrolló sobre la ambición y el dinero, y su relación con la sexualidad.